DOMINGO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
(continuación)
Y el encuentro de los discípulos con el Resucitado provoca distintas reacciones: “Al verlo, ellos se postraron, pero algunos dudaron” (Mt. 28,17): No son actitudes para condenar a nadie. El que tiene fe, el que cree,… puede dudar; el que no cree, jamás duda. Y el Señor les dice: “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra” (Mt. 28,18): Lo cual no anula la capacidad de quienes creen en Él. Jesús necesita de los discípulos, de ti y de mí, para ejercer su “…todo poder…”; es necesario que todos conozcan la salvación de Dios, y el anuncio de la salvación únicamente lo haremos quienes creemos en Él. Por eso, “Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos…” (Mt. 28,19): El envío, ya lo decíamos el pasado Domingo, hunde sus raíces en el envío de Dios Padre a Jesús (“Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”: Jn. 20,21). Y somos enviados a “hacer discípulos”, “…enseñándoles todo lo que os he mandado” (Mt. 28,20), y a “bautizar” “…en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo;…” (Mt. 28,19): El Bautismo no puede quedar reducido en un simple rito, ni contemplarse únicamente como una ceremonia,… El Bautismo es un sello imborrable de la presencia, comunión y actuación de las Tres Personas en favor del bautizado; el Bautismo nos introduce en la vida e intimidad de la Trinidad. Y esta presencia, esta comunión, esta acción de Dios-Trinidad, esta vida de Dios en nosotros,… la vamos a hacer fecunda viviendo “todo lo que Él nos ha mandado” (Mt. 28,20).
Una curiosidad: Nos dice “Id” (“Euntes” en latín,… expresión tan familiar para la Diócesis riojana por su Misión Diocesana), utiliza el plural,… nos envía como comunidad creyente, para hacer que esta comunidad, el nuevo Pueblo de Dios, vaya creciendo en la fe y en número. Es importante tener en cuenta esta dimensión eclesial en el envío de Jesús.
Y finaliza el Señor haciéndonos una promesa: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos” (Mt. 28,20). A los evangelistas les gusta hacernos volver la cabeza a las primeras páginas de su obra. Si entonces, S. Mateo, aprovechaba una profecía de Isaías (Is. 7,14), para llamar al niño “…Enmanuel, que significa Dios-con-nosotros” (Mt. 1,23), ahora, es el mismo Jesús quien se define como Enmanuel y promete su presencia continua en nuestras vidas.
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HAZ MEMORIA
Salud – En el cuidado de los enfermos
(continuación)
El modelo de cuidado es el del buen samaritano: lo cura con sus manos, lo acompaña y lo protege. Le regala su tiempo. Jesús mismo muestra este estilo propio de los cristianos en el cuidado a los que sufren. El cuidado y la curación de los enfermos es parte indispensable de su cuidado pastoral. Además de curar, Jesús acompaña, se compadece, sale al paso del que sufre. En ocasiones, interviene sin que nadie se lo pida y muestra así un corazón preocupado del otro. La Iglesia recoge el testigo del Señor y desde el principio organiza el servicio de la caridad, para cuidar a los necesitados.
La Iglesia nos recuerda que en la debilidad y en la enfermedad, en las personas que sufren encontramos a Cristo que nos pide ayuda. En el que sufre está también Jesús, sufriendo con él, acompañando y sosteniendo en el sufrimiento, reclamando la ayuda de los prójimos que pasan por el camino de la vida. A veces miramos con indiferencia a los que sufren pues no somos capaces de reconocer en ellos el rostro de Cristo. Es la ceguera del corazón la que hace mayor el sufrimiento de quienes se sienten arrojados en el borde del camino de la vida.
La indiferencia no es nunca la respuesta cristiana ante el sufrimiento de las personas enfermas. Es necesario el amor que se manifiesta en el cuidado, la compañía, la empatía y la compasión. La sociedad empuja al individualismo y a vivir al margen de sus problemas. Sin embargo, es preciso retomar con decisión el camino que nos hace sentirnos a unos miembros de los otros y a todos parte de un pueblo. Las obras de misericordia y el evangelio de Mateo que señala la compañía a los enfermos como uno de los elementos del juicio final dan muestra de la importancia de los enfermos en la vida cristiana. Al amor no le importa si el hermano herido o enfermo es de aquí o es de allá, por encima de todo es hermano.
Muchas personas dedican su vida al cuidado de los enfermos. Nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes que se entregan para cuidarnos: médicos, enfermeros y enfermeras, farmacéuticos. En ellos encontramos no solo una profesión sino también, en muchos casos, una vocación. Un deseo de servir que brota de un corazón sensible a las necesidades de los demás. En la vida de la Iglesia muchas personas, también desde una vocación eclesial, se dedican al cuidado de los enfermos. El Espíritu Santo ha suscitado muchos carismas, plasmados en congregaciones religiosas que han dado fruto abundante. Los Hermanos de S. Juan de Dios y las Hermanas Hospitalarias son dos congregaciones que brotan del contacto de sus fundadores, Juan Ciudad y Benito Menni, con el sufrimiento, el dolor y la enfermedad.
Junto a ellas, otras muchas congregaciones dedicadas a la caridad han hecho del cuidado a los enfermos una de sus áreas privilegiadas de actividad: las Hijas de la Caridad, las Misioneras de la Caridad, los religiosos Camilos, las Siervas de María, etc. encuentran en los enfermos y cuidan a Cristo que sufre. No obstante, no es solo la vida consagrada la que tiene el compromiso del cuidado de los enfermos. Todos los cristianos hemos sido llamados a esa expresión de la caridad en el día a día y en medio de las ocupaciones habituales de la jornada, con la visita, la compañía y la atención a esas personas necesitadas de nuestro entorno.
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