Contenido del Boletín 53

32º DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

(Continuación)

Jesús, por su parte, no se fija simplemente en las humildes ropas de una “viuda pobre”, sino en lo que hace (Mc. 12,42). En la época de Jesús ser “viuda” y “pobre” era lo mismo. Las mujeres vivían de lo que ganaban los maridos, luego, en el caso de la mujer, la soltería o la viudedad eran sinónimo de “pobreza”.

Las ofrendas de dinero se hacían directamente al sacerdote que lo depositaba en alguna de las trece alcancías del templo, en la “cámara del tesoro del templo”, según la intención del donante,… Entre las diferentes huchas, había una que era para las “ofrendas libres”, allí iban las donaciones ofrecidas a Dios. Es, por ello, que Jesús sabe qué cantidad de dinero ha dado y para quién (Mc. 12,42). La diferencia de lo que da la mujer a lo que dan los ricos (Mc. 12,41), es que estos últimos dan de lo que les sobra (Mc. 12,43), siempre tienen una reserva para vivir,… Sin embargo, la viuda “…ha echado todo lo que tenía para vivir” (Mc. 12,44). Seguramente, ha aprendido de los mismos escribas y sacerdotes esta práctica, como símbolo de entrega a Dios “con todas sus fuerzas” (como nos recordaba Jesús el pasado Domingo: Mc. 12,30), sin reservas,… y quien es capaz de hacerlo así a Dios, lo hará de igual modo al hermano, especialmente al más necesitado. La generosidad no depende de las cantidades que se dan, sino con qué corazón se da.

De nuevo, dos formas diferentes de ser y una invitación a elegir: ¿Con quién me identifico, con los personajes ricos, que dan de lo que les sobra, o con la “viuda pobre”, que “hecha todo lo que tenía para vivir”? ¿Cuál de las dos formas de ser me estimulan a vivir como cristiano?

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DÍA DE LA IGLESIA DIOCESANA

(Continuación)

Somos una familia, un hogar abierto a todos, como lo es el mundo. Que prepara la casa para que todos puedan albergarse, saborear con gozo renovado cada minuto de la vida diaria y festejar unidos los acontecimientos especialmente señalados. Una familia que ora unida, que trabaja y que celebra unida, que lee el evangelio y lo comparte con naturalidad, sin estridencias, que sabe despertar las esperanzas dormidas u olvidadas.

Una familia a quien le aflige el duelo de las personas tristes, agobiadas, solas, enfermas, pobres, sin trabajo; que sufre con aquellos que padecen y trata de aliviar sus sufrimientos. Una familia que siente la sangría de la despoblación de nuestros pueblos. Una familia así no se impacienta con los que van despacio porque no pueden más, no pone trabas al que viene humilde con su desvalimiento sobre el hombro, no deja de alumbrar el horizonte al que cada persona está llamada para culminar su crecimiento.

Una familia que agradece, abraza al inmigrante, que aporta sus valores, su cultura, su generosidad y su trabajo a esta sociedad nuestra, que necesita tanto de su ayuda como él de la nuestra, miembros todos de la misma familia, a la que pertenecemos.

Una familia sinodal, en marcha hacia metas cada vez más humanas, más queridas por Dios, que es nuestro Padre, el creador y cuidador de todos. ¿No es hermoso ir haciendo del éxodo que somos un sínodo fraterno?  ¿No es apasionante ir convirtiendo todo desvalimiento en compañía, toda precariedad en sobremesa, toda ausencia en saludo y en abrazo?

La iglesia diocesana es comunión, vida común nacida del costado traspasado de Cristo, que se hace pan de vida por nosotros, sangre inmortal que corre por las venas de cada ser humano. ¿Cómo no compartir esta abundancia de gracia, esta unidad que aúna rasgos y caracteres tan varios y distintos? ¿Cómo no generar más armonía en nuestras diferencias, que enriquecen el rico patrimonio que somos y tenemos?

La iglesia diocesana es participación, incluye a todos. Todos y cada uno de sus miembros somos imprescindibles, lo mismo que lo son para la madre todos y cada uno de sus hijos. Cada uno  de nosotros es imagen de Dios donde mirarnos. Y nos necesitamos todos sin excepción, para que la comunidad sea más viva, corresponsables todos. Y nos necesitamos para construir juntos  la paz, la caridad y la justicia, primicia del banquete mejor, que es el del Reino.

La Iglesia Diocesana es misión, es envío. No está para encerrarse, clausurarse en sí misma, sino para salir al aire libre, recoger los latidos y mensajes del vivir cotidiano, de las múltiples formas que toma la existencia, de lugares, personas, actitudes, que, en su diversidad nos van uniendo. ¿Cómo de otra manera podríamos ser  puente de hermandad y de diálogo? Sin una escucha atenta, sin una convivencia generosa, nos sería imposible dar respuesta cabal y esperanzada a  tanta pesadumbre dolorosa, ser testigos veraces y creíbles de Jesús, el Señor, nuestro Maestro.

No hay comunión real si no hay envío. Ni misión responsable y fructuosa, si no fuéramos todos al unísono. Nos es indispensable escuchar la Palabra, compartirla escuchándonos, discernir su propuesta y  aplicarla después a nuestra vida, a nuestras circunstancias personales y sociales, a lo que nos exige nuestro tiempo.

La iglesia diocesana está contigo, que me lees ahora, y contigo que nunca leerás esta página, está con el que viene cada día a postrarse de hinojos en el templo y con el que se fue  o no llegó nunca a oír hablar de Dios y de la iglesia.  La Iglesia  quiere a todos, nos mira con amor a cada hija, a cada hijo. Nos tiene en cuenta a todos, porque el amor no puede prescindir de ninguno. ¿O requiere razones una madre para seguir queriendo?

Queridos diocesanos, diocesanas, compartamos la vida, nuestra vida, con los que desfallecen.  Compartamos el tiempo, nuestro tiempo con el que añora un día de descanso para estar en familia. Compartamos los bienes con quien no tiene nada que llevarse a la boca. Y con los más hundidos y desesperanzados compartamos nuestra esperanza en Cristo, que es primicia de la Resurrección definitiva.

No perdáis nunca el ánimo. Que la Virgen María y nuestros santos patronos diocesanos nos acompañan y bendicen siempre. ¡Feliz día!

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REANUDAMOS EL GRUPO BÍBLICO

(continuación)

Siguiendo las indicaciones de nuestra Diócesis, el tema que trataremos este año será el de los profetas desde el volumen: “Ha hablado el Dios de la vida: Itinerario de vida cristiana a la luz de los profetas”, de F. Ramis  Darder. Recorreremos la vida de algunos profetas del Antiguo Testamento; y leeremos y comentaremos algunos de sus mensajes, intentando comprenderlos, para abrir nuestros corazones a esta Palabra de Dios y aprovecharla en nuestras vidas. Conviene que, para participar en este curso utilicemos la Biblia. Debe ser prioritario en nuestra formación cristiana, el conocer y profundizar en la Palabra de Dios que se nos ha transmitido en los mensajes bíblicos.

Recordamos que el sistema de trabajo en estos grupos bíblicos consiste en una lectura pausada y atenta, de la Palabra de Dios meditando los textos e intentando descubrir las riquezas que el texto contiene. No hace falta ser un experto en la Sagrada Escritura para acercarse a los textos bíblicos y orar con ellos, es algo que está al alcance de cualquier cristiano.

La Parroquia nos invita a todos a participar en estos coloquios. Recordamos: Inicio del Curso: Miércoles, 10 de Noviembre. Hora: Seis de la tarde. Lugar: Salón Parroquial.

¡¡OS ESPERAMOS!!

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