Para recordarnos que seguimos en la misma escena que el pasado Domingo, el Evangelio de hoy comienza con la misma frase con la que se cerraba la semana pasada: “Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír” (Lc. 4,21).
Ante la presencia y enseñanza de Jesús, la reacción de la concurrencia pasa por tres fases bien diferenciadas: En un comienzo aprueban y se admiran por sus enseñanzas (Lc. 4,22):
¿Reconocen, quienes nos contemplan, nuestro testimonio cristiano? ¿Nos admiramos, ante los ejemplos de vida cristiana de los demás? ¿Damos gracias a Dios por tantos testigos que ha puesto y pone ante nuestros ojos?
Seguidamente, comienzan las dudas: “¿No es este el hijo de José?” (Lc. 4,22); ¿por qué únicamente nos enseña y no hace milagros como en Cafarnaún? (Lc. 4,23). Además, ¿por qué ha omitido del mensaje del profeta la expresión “…día de venganza de nuestro Dios,…” (Is. 61,2), reconociendo el castigo de Dios contra los paganos?:
¿Y nosotros, dudamos de nuestra fe cristiana? ¿Pedimos a Dios su gracia, para poder creer con mayor fidelidad en su Evangelio?
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