DOMINGO 12º DE TIEMPO ORDINARIO
(continuación)
El mar de Galilea es pequeño pero, cuando se levanta una tormenta, es capaz de hundir aquellas barquichuelas en las que los pescadores faenaban a diario. Así parece que va a suceder en la escena de hoy: “Se levantó una fuerte tempestad y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua” (Mc. 4,37). Sin embargo, el Señor parece no darse cuenta del peligro que corren Él y sus discípulos: “Él estaba en popa, dormido sobre un cabezal” (Mc. 4,38). Es un texto en el que se nos enseña que, junto a Jesús, podemos afrontar “las tormentas” de la vida. ¡¡Ya vendrán “las tormentas” de las persecuciones (como las han vivido y viven tantos cristianos) y de los tantos problemas, que parece que la “barquichuela de S. Pedro”, la Iglesia, va a pique!!
Jesús parece estar ausente, por ello, la llamada de los discípulos: “Maestro, ¿no te importa que perezcamos?” (Mc. 4,39). La escena nos plantea un problema de fe, de confianza en Jesús. ¡¡Cuántas veces, ante los problemas de salud, propios o de los nuestros, y más con esta pandemia que padecemos, y sus consecuencias, la crisis económica, el desempleo,… no habremos levantado los ojos al cielo, rezando: “…¿no te importa…?”!! Es todo un contraste de actitudes: Los discípulos parecen tener miedo, Jesús, “…en popa, dormido…”, está en paz, afronta el problema con serenidad. ¿Hasta dónde llega nuestra fe? ¿Cuáles son nuestros miedos?
Y se produce el milagro: “Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar: ¡Silencio, enmudece! El viento cesó y vino una gran calma” (Mc. 4,39).
Y seguidamente pregunta a sus discípulos: “¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?” (Mc. 4,40): Ante tanta “borrasca” en nuestra vida, incluso, ante el miedo o vergüenza a la hora de dar testimonio de vida cristiana,… el Señor dirige su mirada y su palabra a nosotros y nos interroga como a sus discípulos. ¿Acaso Él no murió en la Cruz, pensando nosotros que así finalizaba el proyecto de Jesús y, sin embargo, resucitó y nos envió su Espíritu, para que sigamos su tarea?
Y, es posible que, ante el asombro por los signos maravillosos que el Señor hace en nuestras vidas, nos preguntemos: “¿Pero quién es este? ¿Hasta el viento y el mar le obedecen?” (Mc. 4,41): Sí, pregúntate, ¿quién es este, que ha muerto en la Cruz y ha salvado mi vida?, ¿quién es este que está siempre conmigo y se preocupa por mí?
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HAZ MEMORIA
Misiones
(continuación)
Esta misión ha sido confiada a la Iglesia y la realizan todos sus miembros, cada uno según su vocación, su carisma, su lugar en la historia y las peculiares condiciones de su tiempo, pero afecta a todos. Una pequeña parte de quienes forman parte de la Iglesia consagran su vida entera a esa misión. Son los religiosos y religiosas, los consagrados, los sacerdotes. Ellos han hecho de su vida un compromiso para la extensión del pueblo de Dios. En la medida de la vocación peculiar de cada uno, algunos anuncian el evangelio en el ámbito de la educación, de la sanidad, en la atención a los más necesitados. Otros viajan a países lejanos para comenzar el anuncio del Evangelio.
Por otra parte, la gran mayoría de los cristianos, también convocados a esa misión, la realizan en su ambiente normal, en el trabajo, entre sus amistades, en la familia… buscando las ocasiones propicias para dar testimonio de su pertenencia al Pueblo de Dios y de su compromiso con el anuncio del Evangelio. Muchos de ellos adquieren un cierto compromiso con la Iglesia como voluntarios y comprometen una parte de su tiempo en la catequesis parroquial, en la ayuda a la celebración, en los servicios parroquiales de Cáritas, etc. Con la conciencia de enviados por el Señor, en cualquier lugar se puede prestar un servicio valioso de anuncio del Evangelio.
Entre quienes han consagrado su vida entera a la misión de la Iglesia, destacan los casi 11.000 españoles que han abandonado su tierra y sus aspiraciones personales para ir a otros lugares a servir el evangelio, entregando su vida y compartiéndola con aquellos que la Iglesia les ha confiado. Dentro de nuestras fronteras, más de 63.000 personas, entre sacerdotes y religiosos, permanecen en España entregando la vida en los amplísimos territorios de la misión de la Iglesia, también convocados por la llamada del Señor y también dejando sus aspiraciones personales y, en muchos casos, su propio hogar.
En muchos lugares, esta misión de la Iglesia realiza una labor primera de humanización, promoviendo la mejora de la calidad de vida, la acogida, el cuidado, la protección y la promoción de las personas en situación de vulnerabilidad. En ello se dan la mano quienes trabajan dentro de la Iglesia en la asistencia social, la sanidad y la educación. Sobre esa labor se puede realizar el anuncio de Jesucristo y la pertenencia al Pueblo de Dios, que abre el corazón a una existencia llena de esperanza.
Toda la acción de la Iglesia tiene como objetivo último el conocimiento de Jesús y el trato personal con Él. Esta es la misión recibida, el anuncio de la buena noticia de Jesús. La llamada a la Nueva Evangelización, que hicieron los papas anteriores, o el ser Iglesia en salida como le llama el papa Francisco convoca a todos los bautizados a ser responsables de una misión que se realiza también aquí y ahora y en todo el mundo. El mundo entero es territorio de misión: en todos los ámbitos, en todos los lugares, a todas las personas, de cualquier procedencia, edad y condición se les puede anunciar el Evangelio.
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