La llamada al bienestar sube cada vez más de volumen, mientras las voces del que vive en la pobreza se silencian. Lo que es desagradable y provoca sufrimiento se pone entre paréntesis, mientras que las cualidades físicas se exaltan. La realidad virtual se apodera de la vida real y los dos mundos se confunden cada vez más fácilmente. Los pobres se vuelven imágenes que pueden conmover por algunos instantes, pero cuando se encuentran en carne y hueso por la calle, entonces intervienen el fastidio y la marginación. La prisa cotidiana, nos impide detenernos, socorrer y hacernos cargo de los demás. Y solemos delegar en otros, en Servicios Sociales, en Cáritas… y solemos ofrecer dinero, que está bien, pero la vocación de todo cristiano es implicarse en primera persona.
Muchas personas viven entregados a los pobres y a los excluidos y comparten con ellos. No se limitan a dar algo; escuchan, dialogan, intentan comprender la situación y sus causas. Están atentos a sus necesidades materiales y también a las espirituales.
«Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos». En cada uno de los pobres está presente Cristo.