“…la cátedra de Moisés…” (Mt. 23,2) designa el oficio de enseñar, quien se sienta allí es el encargado de la enseñanza religiosa. Y allí “…se han sentado los escribas y fariseos:…” (Mt. 23,2). Y Jesús nos quiere hacer ver el peligro que hay entre la enseñanza comunicada (que debe ser acogida) y el ejemplo negativo de quien enseña (que no debe ser acogido): “…haced y cumplid todo lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos dicen, pero no hacen” (Mt. 23,3). Hay incoherencia de vida. ¿Somos coherentes entre lo que decimos creer y cómo vivimos y actuamos?
Seguidamente, el Señor denuncia el legalismo opresor de sus enseñanzas: “Lían fardos pesados y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar” (Mt. 23,4): Su interpretación de la ley es dura y ellos no hacen nada por ayudar a vivir fielmente la religión. Frente a ello, Jesús nos ha enseñado: “…mi yugo es llevadero y mi carga ligera” (Mt. 11,30). ¿Animo, ayudo,… a mis hermanos en la fe, a vivir como buenos cristianos?
Además, les critica por un exhibicionismo religioso: “Todo lo que hacen es para que los vea la gente:…” (Mt. 23,5): Se hacen autopropaganda, publicidad a ellos mismos,… ¿Por qué me esfuerzo en vivir como buen cristiano,… para que la gente diga de mí “¡qué bueno es!, o para que la gente dé gloria a Dios (Mt. 5,16)? Y, además son vanidosos y buscan los y buscan los honores (Mt. 23,5-6).
Ante estas actitudes, Jesús se declara como el maestro de todos los que le escuchan y quieren seguirle, los cuales son hermanos,… y confiesa que Dios es el Padre de todos (Mt. 23,8-10).
El Señor termina su enseñanza, indicándonos: “El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido” (Mt. 23,11-12): Humildad y servicio al prójimo, dos actitudes que todo cristiana debe tener siempre en cuenta.