En un primer momento, Jesús quiere romper esa relación directa, en opinión del algunos, entre pecado y enfermedad: “…¿quién pecó: este o sus padres, para que naciera ciego?”, preguntan los discípulos. “Ni este pecó ni sus padres, sino para que se manifieste en él las obras de Dios” (Jn. 9,2-3), responde Jesús: El ciego no es un castigado por pecador, ni es un mendigo (Jn. 9,8-9), como opinan los vecinos,… sino una persona necesitada de la salvación de Dios, como tú y yo. ¿Cómo contemplamos al prójimo,… al enfermo,… al mendigo,…?
Entonces, entran en escena los fariseos, más preocupados por que se cumpla la ley (Jn. 9,16), que por la salvación de las personas,… No son capaces de alegrarse por la curación del ciego, quien, al preguntarle sobre Jesús, responde: “Que es un profeta” (Jn. 9,17). ¿Me alegro del bien del prójimo?
Vuelven otra vez los fariseos “a la carga” y, con la falsa idea de Dios y su arrogancia religiosa, rechazan la bondad de Jesús (Jn. 9,24). El que era ciego no habla de teorías, sino de lo que ha experimentado, su curación: “…sólo sé que era ciego y ahora veo” (Jn. 9,24). Y sigue dando testimonio de Jesús: “…si este no viniera de Dios, no tendría ningún poder” (Jn. 9,33). ¿Qué experiencia de Jesús tengo en mi corazón?
Y nuevamente se encuentran Jesús y el ciego. Y el Señor pregunta: “¿Crees en el Hijo del hombre?” (Jn. 9,35), a lo que el ciego curado responde: “Creo, Señor. Y se postró ante él” ((Jn. 9,38).
En el último momento de la escena, Jesús hace referencia a los que de verdad sufren ceguera, a quienes creen ver y, sin embargo, lo rechazan (Jn. 9,39-41)… recordando lo que el mismo Jesús decía en su diálogo con Nicodemo: “Este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas” (Jn. 3,19).