BOLETÍN PARROQUIAL No 145
2 de junio de 2024
CORPUS CHRISTI
Hoy domingo celebramos este “jueves que luce más que el sol”. Y no es para menos porque si Cristo, que es nuestra Luz, nuestro Sol, sale a la calle, es capaz de irradiar todo en su esplendor.
Por un lado, creemos. Vivimos el reconocimiento de Jesucristo verdaderamente presente en la Forma Consagrada: Realmente es su Cuerpo. Pan de Vida eterna. Pan de Salvación.
Por otro lado, adoramos. En un mundo en el que surgen por todos los lados “diosecillos” para adorar: youtubers, me gusta, influencers, supervivientes, personajes de novelas rosas…, cómo no vamos adorar a Dios, al Dios Verdadero, que vino a nosotros, “empeque-ñeciéndose” para “engrandecernos”.
Además, comulgamos. Qué duro me resultaba escuchar de un niño de Primera Comunión decirle a su padre… “¡yo he comulgado! Y tú papá ¿por qué no?”. Comulgamos porque, aunque nos sabemos indignos de “tal manjar del cielo” (no soy digno de que entres en mi casa), Tú estás empeñado en alimentarme y sanarme.
Comulgamos porque vivimos en comunión. Todos sabemos bien que no invito a comer a una persona con la que no me llevo nada bien. Por eso es importante caer en la cuenta que Dios me invita a comulgar para que yo “comulgue con los demás”, para que yo tienda puentes que me unan a los demás en la vida de cada día.
Y Cáritas. ¡Te conocimos Señor, al partir el pan; Tú nos conoces Señor, al partir el pan! No puedo comulgar y despreocuparme de los que están en la misma mesa de la humanidad conmigo. Por eso hoy la colecta es para Cáritas Diocesana.
LA LIBERACIÓN DEL SER HUMANO DE CONDICIONAMIENTOS MORALES Y SOCIALES
Aunque poseemos una dignidad infinita, el libre albedrío con frecuencia prefiere el mal al bien. Por eso la libertad humana necesita a su vez ser liberada. «Para la libertad nos ha liberado Cristo» (Gálatas 5, 1).
Aunque poseemos una dignidad infinita, el libre albedrío con frecuencia prefiere el mal al bien. Por eso la libertad humana necesita a su vez ser liberada. «Para la libertad nos ha liberado Cristo» (Gálatas 5, 1).
La libertad es un don maravilloso de Dios. Dios nunca violenta nuestra libertad. Por eso, sería un grave error pensar que, lejos de Dios y de su ayuda, podemos ser más libres y, en consecuencia, sentirnos más dignos. La ilusión de encontrar en el relativismo moral la clave para una pacífica convivencia, es en realidad el origen de la división y negación de la dignidad de los seres humanos.
No sería realista afirmar una libertad abstracta, libre de cualquier contexto o límite. Por el contrario, «el recto ejercicio de la libertad personal exige unas determinadas condiciones», que a menudo no se cumplen.
«Algunos nacen en familias de buena posición económica, reciben buena educación, crecen bien alimentados, o poseen naturalmente capacidades destacadas. Ellos seguramente no necesitarán un Estado activo y sólo reclamarán libertad. Pero evidentemente no cabe la misma regla para una persona con discapacidad, para alguien que nació en un hogar extremadamente pobre, para alguien que creció con una educación de baja calidad y con escasas posibilidades de curar adecuadamente sus enfermedades».
Para que sea posible una auténtica libertad «tenemos que volver a llevar la dignidad humana al centro». La libertad, frecuentemente oscurecida por numerosos condicionamientos psicológicos, históricos, sociales, educativos y culturales, ha de ser siempre “liberada”.
EL EVANGELIO DEL DOMINGO
Hoy, celebramos solemnemente la presencia eucarística de Cristo entre nosotros, el “don por excelencia”: «Éste es mi cuerpo (…). Ésta es mi sangre» (Mc 14,22.24). Dispongámonos a suscitar en nuestra alma el “asombro eucarístico” (San Juan Pablo II).
El pueblo judío en su cena pascual conmemoraba la historia de la salvación, las maravillas de Dios para con su pueblo, especialmente la liberación de la esclavitud de Egipto. En esta conmemoración, cada familia comía el cordero pascual. Jesucristo se convierte en el nuevo y definitivo cordero pascual sacrificado en la cruz y comido en Pan Eucarístico.
La Eucaristía es sacrificio: es el sacrificio del cuerpo inmolado de Cristo y de su sangre derramada por todos nosotros. En la Última Cena esto se anticipó. A lo largo de la historia se irá actualizando en cada Eucaristía. En Ella tenemos el alimento: es el nuevo alimento que da vida y fuerza al cristiano mientras camina hacia el Padre.
La Eucaristía es presencia de Cristo entre nosotros. Cristo resucitado y glorioso permanece entre nosotros de una manera misteriosa, pero real en la Eucaristía. Esta presencia implica una actitud de adoración por nuestra parte y una actitud de comunión personal con Él. La presencia eucarística nos garantiza que Él permanece entre nosotros y opera la obra de la salvación.
La Eucaristía es misterio de fe. Es el centro y la clave de la vida de la Iglesia. Es la fuente y raíz de la existencia cristiana. Sin vivencia eucarística la fe cristiana se reduciría a una filosofía.
Jesús nos da el mandamiento del amor caridad en la institución de la Eucaristía. No se trata de la última recomendación del amigo que marcha lejos o del padre que ve cercana la muerte. Es la afirmación del dinamismo que Él pone en nosotros. Por el Bautismo comenzamos una vida nueva, que es alimentada por la Eucaristía. El dinamismo de esta vida lleva a amar a los otros, y es un dinamismo en crecimiento hasta dar la vida: en esto notarán que somos cristianos.
Cristo nos ama porque recibe la vida del Padre. Nosotros amaremos recibiendo del Padre la vida, especialmente a través del alimento eucarístico.
ACTIVIDADES DE LA SEMANA
(Todos los días a las 18,30, Santo Rosario en la Capilla del Cristo)