13 de abril de 2025
El borrico es señal bien clara: humildad y sencillez.
Jesús no busca promover guerreros ni imponer impuestos; tampoco pretende ser temible y terrible.
Jesús de Nazaret, por puro amor, con la grandeza y esplendor de su humildad, quiere acercarse al ser humano.
Desde la humildad se nos va a mostrar la fuerza que posee el amor de Aquel que murió en una cruz, para que la esperanza y la alegría no desaparezcan de la faz de la tierra.
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Presencia sencilla en la eucaristía. No que el pan se convierta en Jesús, sino que Jesús se haga pan: se hace cotidiano, al alcance de todos, en la mesa común comunitaria.
Lava los pies. Se inclina en humildad. Todos tenemos una posición social, profesional o familiar; No es lo mismo la posición que nos ha tocado vivir, que la postura que tomamos para ponernos al servicio. Jesús, Mesías, tomó la postura de servidor, último.
Día del amor fraterno. Amor que se traduce en ayuda eficaz al pobre y necesitado. Acerquémonos en caridad al pobre y sencillo.
Oremos por los sacerdotes. Que Dios les bendiga siempre en su servicio y que su postura sea siempre la de Jesús.
Lo que redime no es el dolor, sino el amor de la cruz. Hoy acompañamos a Jesús en su camino al calvario. Hoy son muchos los que también silenciosamente hacen este camino: comprometernos en lo que podamos para bajar a los crucificados de la historia.
Día de espera de la resurrección con María. Día de soledad y silencio, y desde la fe digerimos lo ocurrido estos días con Jesús. María nos enseña la entereza de la espera confiada. Hoy un día para prepararnos para esta Gran Noche, la Vigilia Pascual.
Hoy encendemos el fuego, y que éste sea encendido en nuestro corazón al grito de ¡¡¡Jesús está Vivo!!!
Cuanta ilusión sintieron los discípulos y la Magdalena, cuánta espera en sus corazones cuando recordaban aquellas palabras: “al tercer día resucitaré”. Y nosotros lo vivimos.
Hoy leemos el relato de la pasión según san Lucas. En este evangelista, los ramos gozosos de la entrada en Jerusalén y el relato de la pasión están en relación mutua, aunque el primer paso suene a triunfo y el segundo a humillación.
Jesús llega a Jerusalén como rey mesiánico, humilde y pacífico, en actitud de servicio y no como un rey temporal que usa y abusa de su poder. La cruz es el trono desde donde reina (no le falta la corona real), amando y perdonando. En efecto, el Evangelio de Lucas se puede resumir diciendo que revela el amor de Jesús manifestado en la misericordia y el perdón.
Este perdón y esta misericordia se muestran durante toda la vida de Jesús, pero de una manera eminente se hacen sentir cuando Jesús es clavado en la cruz. ¡Qué significativas resultan las tres palabras que, desde la cruz, escuchamos hoy de los labios de Jesús!:
—Él ama y perdona incluso a sus verdugos: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34).
—Al ladrón de su derecha, que le pide un recuerdo en el Reino, también lo perdona y lo salva: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23,43).
—Jesús perdona y ama sobre todo en el momento supremo de su entrega, cuando exclama: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46).
Ésta es la última lección del Maestro desde la cruz: la misericordia y el perdón, frutos del amor. ¡A nosotros nos cuesta tanto perdonar! Pero si hacemos la experiencia del amor de Jesús que nos excusa, nos perdona y nos salva, no nos costará tanto mirar a todos con una ternura que perdona con amor, y absuelve sin mezquindad.
San Francisco lo expresa en su Cántico de las Criaturas: «Alabado seas, oh Señor, por aquellos que perdonan por tu amor».