Santiago el Real

BOLETÍN PARROQUIAL No 167

30  de marzo de 2025

PEREGRINACION JUBILAR DE LA PARROQUIA

9 de ABRIL DE 2025, miércoles por la tarde

La peregrinación es uno de los elementos importantes en todo año jubilar, también en este. Nos ponemos en camino hacia una puerta, recordando aquel texto del Evangelio en el que dice: “Yo soy la puerta: quien entre por mí, se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos”. Lo dice el Señor.

Con este gesto, de atravesar la puerta, el peregrino expresa su decisión de seguir y de dejarse guiar por Jesús, qué es el Buen Pastor.

Esta peregrinación es un signo del camino de todo el pueblo de Dios hacia el Reino, por eso, nuestra parroquia, la parroquia de Santiago el Real, se pondrá a peregrinar desde nuestro templo hasta el templo de la Redonda, todos juntos, para, como Pueblo de Dios, pasar por la puerta Santa, que allí se encuentra.

Nuestro obispo ha establecido como “puertas santas” en este año las de las catedrales de Calahorra y Santo Domingo de la Calzada, la de La Redonda, por co-catedral, la del Monasterio de Valvanera y la de la parroquia de El Buen Pastor, por ser capilla de adoración perpetua.

Elegimos La Redonda por proximidad. Allí iremos todos el 9 de Abril, en el horario que os indicaremos.

 

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CAMINAR CONLLEVA OBRAS DE MISERICORDIA Y PENITENCIA

En el año jubilar estamos llamados a ser signos tangibles de esperanza para tantos hermanos y hermanas que viven en condiciones de penuria, por eso, la indulgencia está unida también a las obras de misericordia y de penitencia, con los cuales se testimonia la conversión emprendida:

Estamos llamados a hacer obras de caridad o misericordia al servicio de aquellos hermanos que se encuentran agobiados por diversas necesidades: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir a los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos, enseñar al que no sabe, dar consejo al que lo necesita, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia a las personas molestas, rogar a Dios por los vivos y por los difuntos…

Abstenerse, al menos durante un día, de distracciones banales, reales o virtuales; abstenerse de consumos superfluos, otorgar una suma de dinero a los pobres, defender y proteger la vida, la infancia abandonada, la juventud en dificultad, los ancianos necesitados o solos, los migrantes, dedicar una parte del propio tiempo libre a actividades de voluntariado.

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EL EVANGELIO DEL DOMINGO

Hoy, domingo Laetare (“Alegraos”), cuarto de Cuaresma, escuchamos nuevamente este fragmento entrañable del Evangelio según san Lucas, en el que Jesús justifica su práctica inaudita de perdonar los pecados y recuperar a los hombres para Dios

Siempre me he preguntado si la mayoría de la gente entendía bien la expresión “el hijo pródigo” con la cual se designa esta parábola. Yo creo que deberíamos rebautizarla con el nombre de la parábola del “Padre prodigioso”

Efectivamente, el Padre —que se conmueve viendo que vuelve aquel hijo perdido por el pecado— es un icono del Padre del Cielo reflejado en el rostro de Cristo: «Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente» (Lc 15,20). Jesús nos da a entender claramente que todo hombre, incluso el más pecador, es para Dios una realidad muy importante que no quiere perder de ninguna manera; y que Él siempre está dispuesto a concedernos con gozo inefable su perdón (hasta el punto de no ahorrar la vida de su Hijo).

Este domingo tiene un matiz de serena alegría y, por eso, es designado como el domingo “alegraos”, palabra presente en la antífona de entrada de la Misa de hoy: «Festejad a Jerusalén, gozad con ella todos los que la amáis, alegraos de su alegría». Dios se ha compadecido del hombre perdido y extraviado, y le ha manifestado en Jesucristo —muerto y resucitado— su misericordia.

San Juan Pablo II decía en su encíclica Dives in misericordia que el amor de Dios, en una historia herida por el pecado, se ha convertido en misericordia, compasión. La Pasión de Jesús es la medida de esta misericordia. Así entenderemos que la alegría más grande que damos a Dios es dejarnos perdonar presentando a su misericordia nuestra miseria, nuestro pecado. A las puertas de la Pascua acudimos de buen grado al sacramento de la penitencia, a la fuente de la divina misericordia: daremos a Dios una gran alegría, quedaremos llenos de paz y seremos más misericordiosos con los otros. ¡Nunca es tarde para levantarnos y volver al Padre que nos ama!

 

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