23 de marzo de 2025
TODOS POR LA VIDA
La vida siempre se abre camino.
Qué gozada la vida de tantas madres que dan a luz a sus hijos, muchas veces en medio de numerosas dificultades,
Qué maravilla la cantidad de tantos sanitarios que, con profesionalidad, tratan de curar y paliar el dolor y la enfermedad, con el cuidado y amor del samaritano.
Tantas personas de la pastoral de la salud que llevan esperanza aquellas que pasan por las noches del dolor o por el valle de la muerte.
¡Todos hemos venido a este mundo gracias a un acto de fortaleza de una mujer!
Que no ganen las guerras, la violencia, el aborto, la eutanasia, la escasa natalidad.
Trabajemos por la inclusión de los pobres, de los niños y los jóvenes, de las personas que padecen una soledad no deseada, de los migrantes; tengamos un recuerdo y un cariño especial a los encarcelados, también la inclusión de los que padecen pobreza moral, también de los que padecen pobreza religiosa.
Aunque pudiéramos organizar la tierra sin Dios…, gracias a Dios, no la organizamos en contra del mismo hombre. Viva la Vida. Toda vida. Siempre la Vida.
Cuando pecamos, debemos arrepentirnos, pedir perdón a Dios (para que «revoque» la pena eterna), y, también, debemos remitir la pena temporal. Esto significa que debemos hacer todo lo posible para corregir los efectos de nuestros pecados o enmendar la situación.
Por ejemplo:
Una indulgencia es “la remisión ante Dios de la pena temporal debida por los pecados ya perdonados en cuanto a su culpa” en el Sacramento de la Reconciliación o confesión.
Nosotros, creemos en la ayuda que nos echamos unos a otros en nuestro camino hacia el cielo. Creemos en la Comunión de los Santos, oramos por nuestros difuntos, e intercedemos en la oración por los pecadores, y, así, un día, alcanzar, todos, la salvación.
Los santos en el Cielo (la Iglesia Triunfante) pueden orar por nosotros aquí en la Tierra, mientras que nosotros (la Iglesia Militante) podemos orar por las almas camino del Cielo (la Iglesia Sufriente).
Ofrecer una indulgencia plenaria es solo una forma en que los católicos podemos ayudarnos mutuamente. Es como cuando decides ayudar a alguien a limpiar un desastre que no causaste, simplemente porque es lo correcto.
La indulgencia en este año jubilar, una vez que nos hemos confesado, que hemos celebrado la Eucaristía y que hemos rezado por el Papa y sus intenciones, nos ayudará a cantar con gran júbilo, con alegría, que la Misericordia de Dios no tiene fin.
Hoy, tercer domingo de Cuaresma, la lectura evangélica contiene una llamada de Jesús a la penitencia y a la conversión. O, más bien, una exigencia de cambiar de vida.
“Convertirse” significa, en el lenguaje del Evangelio, mudar de actitud interior, y también de estilo externo. Es una de las palabras más usadas en el Evangelio. Recordemos que, antes de la venida del Señor Jesús, san Juan Bautista resumía su predicación con la misma expresión: «Predicaba un bautismo de conversión» (Mc 1,4). Y, enseguida, la predicación de Jesús se resume con estas palabras: «Convertíos y creed en el Evangelio» (Mc 1,15).
Esta lectura de hoy tiene, sin embargo, características propias, que piden atención fiel y respuesta consecuente. Se puede decir que la primera parte, con ambas referencias históricas (la sangre derramada por Pilato y la torre derrumbada), contiene una amenaza. ¡Imposible llamarla de otro modo!: lamentamos las dos desgracias —entonces sentidas y lloradas— pero Jesucristo, muy seriamente, nos dice a todos: —Si no cambiáis de vida, «todos pereceréis del mismo modo» (Lc 13,5).
Esto nos muestra dos cosas. Primero, la absoluta seriedad del compromiso cristiano. Y, segundo: de no respetarlo como Dios quiere, la posibilidad de una muerte, no en este mundo, sino mucho peor, en el otro: la eterna perdición. Las dos muertes de nuestro texto no son más que figuras de otra muerte, sin comparación con la primera.
Cada uno sabrá cómo esta exigencia de cambio se le presenta. Ninguno queda excluido. Si esto nos inquieta, la segunda parte nos consuela. El “viñador”, que es Jesús, pide al dueño de la viña, su Padre, que espere un año todavía. Y entretanto, él hará todo lo posible (y lo imposible, muriendo por nosotros) para que la viña dé fruto. Es decir, ¡cambiemos de vida! Éste es el mensaje de la Cuaresma. Tomémoslo entonces en serio. Los santos —san Ignacio, por ejemplo, aunque tarde en su vida— por gracia de Dios cambian y nos animan a cambiar.